“QUÉ NO SE USE EL DOLOR COMO CONSIGNA DE CAMPAÑA” FUE EL LLAMADO DEL OBISPO BERNARDO BASTRES EN TE DEUM 2020 AL REFERIRSE AL PRÓXIMO PLEBISCITO CONSTITUCIONAL

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Con un fuerte llamado a la política a no usar la pandemia y el dolor de la gente para fortalecer campañas políticas y usar de menos dineros que otros años, se realizó este Te deum  ecuménico.

Por redes sociales y canales de televisión se transmitió él Te deum 2020 que no contó en la Iglesia Catedral con la presencia del Obispo Bernardo Bastres, al padre Fredy Subiabre, al diacono Eduardo Castillo, actual seremi subrogante de salud, y como acolito a Carlos Rodríguez.

En forma digital participo el coro Arte Vocal e integrante de las diversas Iglesias de la zona.

Por a actual condición de pandemia, no se pudo contar con la participación de otros actores de las iglesias ni autoridades regionales.

En su alocución, el Obispo agradeció a los funcionarios de la salud por su trabajo diario y a todas las personas que en forma voluntaria han ayudado a quienes más han sufrido por esta pandemia y donde nuestro señor Jesús nos habla y nos promete estar junto a nosotros. Igual reitero dos llamados: acoger a los migrantes como en el pasado y reiteró que como Iglesia siguen trabajando en superar  los abusos que algunos de sus integrantes cometieron contra menores de edad.

A contiuación escuchemos el Mensaje del Obispo Bernardo Bastres F, a la comunidad Magallánica:

 

 

TE DEUM DE FIESTAS PATRIAS

Ánimo, no tengan miedo soy Yo

IGLESIA CATEDRAL

Sábado, 18 de septiembre de 2020

 

Mt 14, 22 – 33

 

Al igual que a los discípulos del Evangelio, nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa. Todos nos hemos sentido frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos invitados a remar juntos.

En este contexto estamos celebrando nuestras Fiestas Patrias, y desde los albores de nuestra Independencia, siempre la Iglesia ha realizado en esta ocasión una oración de agradecimiento a Dios, por todos los beneficios y progresos que como nación vamos realizando año tras año. Esta celebración desde entonces y hasta hoy se ha realizado ininterrumpidamente en nuestra Iglesia en Chile.

Este año, por las restricciones sanitarias, no lo hemos podido realizar esta celebración con la participación de todos Ustedes, como tampoco de nuestras Autoridades y hermanos Pastores de diversas confesiones evangélicas. Sin embargo, esta mañana todos elevamos nuestra oración por nuestra Patria y nuestra región.

Nuestra Región de Magallanes, ha sufrido a causa de esta pandemia, nos hemos visto obligados a permanecer en nuestros hogares por más tiempo del que originalmente creíamos. Esto ha repercutido fuertemente en la situación económica de muchas familias, que han quedado sin trabajo, otras con grandes temores a perder su fuente de ingreso. Percibimos la precariedad de los migrantes y sus familias. La salud mental nos ha golpeado fuertemente, han crecido las tensiones internas, las violencias intrafamiliares. Pero también hemos sido testigos de la tremenda solidaridad que ha crecido en este tiempo, del esfuerzo por ir en ayuda del que lo necesita, nuestras comunidades cristianas han multiplicado como el milagro de Jesús sus dos peces y los cinco panes.

Reflexionando sobre este Evangelio, el pasado 27 de Marzo en la Plaza de San Pedro en Roma el Papa Francisco, sostenía que: “La tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, proyectos, rutinas y prioridades”. La tempestad también nos muestra cómo habíamos dejado dormido y abandonado lo que alimenta, sostiene y da fuerza a nuestra vida y a nuestra comunidad” y pone al descubierto “todas esas tentativas de anestesiar con aparentes rutinas “salvadoras”, incapaces de apelar a nuestras raíces y evocar la memoria de nuestros ancianos, privándonos así de la inmunidad necesaria para hacerle frente a la adversidad”. Pero esta tempestad también nos quita el “maquillaje” de los estereotipos con los que disfrazábamos nuestros egos siempre pretenciosos de querer aparentar y deje al descubierto “esa (bendita) pertenencia común de la que no podemos ni queremos evadirnos; esa pertenencia de hermanos”.

Los discípulos están en la misma barca, a la cual llega el Señor. Sin embargo, hoy no estamos atravesando el temporal en la misma barca; estamos sí, atravesando el mismo temporal; pero en barcas muy distintas: unos en barcas firmes, cómodas y con seguridades económicas, otros en frágiles balsas que con gran esfuerzo enfrentan el mal tiempo, y otros en pequeñas chapulas que están hundiéndose.

La invitación, una vez más es colocarnos en la situación del otro, para poder vivir la invitación que la Iglesia nos ha realizado:  “ninguno se salva solo”. Todos nos necesitamos y todos nos ayudamos, tenemos que acudir a Jesús que nos ayude calmando la tempestad.

1.- “La barca estaba muy distante de tierra, sacudida por las olas, pues el viento era contrario” (v. 24)

En el último año, nuestra sociedad chilena ha sido remecida y golpeada por procesos y episodios de diverso carácter, sobre los cuales cada ciudadano puede formarse una propia convicción en conciencia. Sabemos que buena parte de la población se declara cansada de análisis, debates y conjeturas que no van a la par de las necesarias políticas permanentes que ayuden a erradicar la desigualdad y la pobreza, reconocer en su dignidad a los más marginados y vulnerables, desterrar la violencia y la delincuencia y construir una cultura de justicia y de paz.

Hemos visto, lamentablemente, cómo el camino recorrido a punta de esfuerzo por tantas familias, ha recibido sucesivos impactos que, en su conjunto, la debilitan de modo extremo: pérdida del trabajo o baja de sueldos, incertidumbre o déficit en la educación de sus hijos, exigencias laborales extremas, las dificultades de personas mayores y otros grupos de riesgo para seguir sosteniendo económica y emocionalmente su hogar. Nos preocupan los agobios, angustias y rabias acumuladas, sin el adecuado apoyo humano, espiritual y comunitario.

Pero también hemos visto en este tiempo el despertar de una conciencia colectiva que no se resigna ante los “niveles escandalosos” en las diferencias sociales en Chile. Este clamor contra la desigualdad lo viene manifestando por décadas la Iglesia Católica, desde el Padre Hurtado con la pregunta: “¿Es Chile un país católico?”, siguiendo con los inicios de la reforma agraria con la entrega de terrenos de la Iglesia por parte del Card. Silva y Manuel Larraín, siguiendo con el magisterio social del episcopado chileno desde el Vaticano II, asumiendo -especialmente- Medellín y Puebla. Hoy nadie podría negar que ese clamor se ha hecho oír y ha movilizado esperanzas, cambios, disposición de variados actores para buscar, sin violencia, caminos de igualdad y justicia.

Y en la emergencia de la pandemia, nos ha admirado el temple con que muchos compatriotas han cumplido este año difícil una verdadera misión de honor. El personal de la salud y de otros ámbitos se ha jugado la vida en este tiempo y han dado una clase magistral sobre lo que significa el servicio público. Como ellos, desde comunidades y organizaciones sociales, muchos líderes y voluntarios se han desplegado en el país para ir al rescate humanitario de personas con carencia alimentaria, familias inmigrantes sin techo, adultos mayores cuyo único capital ha sido la esperanza. Todos deberíamos sentir el dolor del otro como una urgencia que convoca y buscar el bien común, para que el este sufrimiento sea prioridad.

En esta esperanza de cambio y en el testimonio comunitario de esas redes colaborativas que llevan alivio a las personas desde lo más propiamente humano, la empatía y la fraternidad, reconocemos la presencia clara y diáfana del amor de Dios, nuestro Padre.  Es el Señor Jesús, que viene a decirnos: “No teman soy Yo”, deseo para Ustedes aquello que ha señalado el profeta Isaías: “habitar un lugar de paz, en moradas seguras, y en descansos tranquilos”.

2.- “Pedro bajó de la barca, caminó sobre las aguas y fue hacia Jesús” (v.29)

En este tiempo que ha modificado la vida personal, familiar y social, la Palabra de Dios nos reafirma que Jesucristo, que padeció, entregó su vida y venció la muerte, es la fuente de toda justicia y paz, de toda misericordia y consuelo.

En momentos de tempestades, necesitamos de paciencia y ver las cosas con serenidad. Decepcionados por la mentira, la corrupción y el abuso, buscamos con ansia vivir con un corazón puro. Cuando no hemos podido abrazarnos para llorar, ni despedirnos de nuestros seres amados ni sepultarlos dignamente, Jesús nos mira a los ojos y como a Pedro nos invita a ir hacia él: “Jesús le ordenó: ¡Ven!”, nos anima en la esperanza y nos invita a caminar con seguridad en mares tormentosos.

Estamos convocados, para participar en el próximo mes en un plebiscito sobre nuestra carta fundamental: la constitución política del país.

Antes de acudir a sufragar, tenemos el deber de informarnos y conocer las legítimas opciones que se presentan, para que cada persona, libremente y en conciencia, pueda formarse una convicción y concurrir con su voto. Desde la Iglesia estamos promoviendo una participación activa en el plebiscito, invitando a nuestros compatriotas a votar, con los debidos resguardos sanitarios. Por ello, hemos publicado en el “Amigo de la Familia” dos fichas sobre el significado de este plebiscito. Habrá otras iniciativas que anunciaremos a su tiempo.

El magisterio social de la Iglesia nos enseña que participar en las instancias de la sociedad civil en democracia, entre ellas los actos electorales, es una forma de hacer presentes los valores del Evangelio. Sabemos que la política está llamada a ser una de las formas más altas de la caridad, porque ella debe buscar el bien común y la justicia social. Que Chile progrese en igualdad de oportunidades y con un trato más digno para las personas y grupos más vulnerables, no se logra por la vía de la violencia ni por la imposición arbitraria de un sector sobre otro.

Tenemos la esperanza, que el tiempo de campaña sea respetuoso y prudente. Nuestra sociedad espera de sus dirigentes propuestas y argumentos, no agresiones ni descalificaciones. En momentos de dificultad, la amistad cívica se hace indispensable ante la proximidad de procesos electorales. A todos los actores políticos les solicitamos que no se use el dolor como insignia de campaña y que no se despilfarren recursos, considerando las apremiantes necesidades de tantos hermanos y hermanas nuestros.

3.- “En cuanto subieron a la barca el viento se calmó” (v.32)

 

         Pedro, confiando en la Palabra del Maestro, sale de la barca y va al encuentro de él. Cuando va caminando sobre el mar tormentoso, hacia el encuentro con Jesús, le entra el miedo, comienza a hundirse y grita: “¡Señor, sálvame!”

         Jesús le reprocha su falta de fe, que se refiere a no confiar en Él. Ninguno de nosotros, Ningún cristiano cuestiona que Jesús es el Mesías, el Salvador, pero nos cuesta confiar plenamente en su Palabra, dudamos frente a lo que acontece, nos gustaría caminar por terreno firme, sin embargo, el Señor, nos invita ir hacia Él, cuando pisamos sobre aguas tortuosas.

         Con la mirada puesta en Jesús y tomándolo del brazo para no hundirnos, estamos invitados por Él a realizar un discernimiento para descubrir cuáles son sus preocupaciones y cuál es nuestro proyecto como sociedad y nuestras opciones pastorales como Iglesia.

 

Durante varios años nos veníamos preparando como Región y como Iglesia, para celebrar los quinientos años de la histórica navegación de Hernando de Magallanes y la celebración de la primera Eucaristía en el Estrecho de Magallanes. “Dios entró desde el Sur”, reza el lema de nuestra Diócesis, y desde aquí su bendición se extendió a todo nuestro territorio nacional.

         Nuestro deseo para estas celebraciones es que el “Evangelio y la Eucaristía estén en el corazón de Magallanes”. Cristo vino por vez primera entre nosotros como alimento para saciar el hambre más profunda de todo ser humano, invitándonos a una mesa de hermanos.

         El pasado 31 de Marzo, el Papa Francisco enviaba un mensaje por los 500 años de la primera Misa celebrada en San Julián, Argentina, un primero de Abril, que comenzaba la Semana Santa con el domingo de ramos. En ese saludo, recuerda que la presencia de Jesús en la Eucaristía, es silenciosa y discreta, así ha acompañado, a nuestra región y nuestro país, desde hace más de 500 años. En este sacramento, Jesús está en medio nuestro alentando nuestro caminar. “Esta certeza que heredamos de nuestros padres y abuelos, es la reserva espiritual que acompañó, moldeó y forjó el alma de nuestra Nación y que queremos que geste también el futuro de nuestros hijos y nietos. Alimento de vida en momentos de carestía y tribulación; y canasta rebosante de las alegrías y gozos que tejieron nuestra historia”.

Nuestra celebración, será semejante al relato que hace el historiador  P. Lorenzo Massa, al decir: “el capellán de la expedición, confesor de Magallanes y de su tripulación, Pedro de Valderrama, desembarcado en Puerto de las Sardinas un 11 de noviembre de 1520, celebra la misa, teniendo como altar natural un monte de casi mil metros, el cerro Monte Cruz”. Es por ello que, con humildad, en este tiempo hemos rezado: “la primavera de 1520 fue testigo de las primicias sacramentales de nuestra Iglesia, hasta el ñirre y el coirón se inclinaron reverentes ante tu presencia real y verdadera en la Hostia de la Eucaristía y los sacramentos de tu amor. En las comunidades cristianas de Magallanes, nutridas con la Eucaristía, de la que brota el amor a la justicia y la fraternidad que acoge, valoramos esa liturgia de hace 500 años por ser la primera misa celebrada en suelo patrio”.

4.- “Los que estaban en la barca se postraron ante él, y le decían: “En Verdad tú eres el Hijo de Dios” (v.33)

        

         El comienzo de la fe es saber que necesitamos la salvación, que invitemos a Jesús a la barca de nuestra vida y de nuestra sociedad. A Él, le entregamos nuestros temores y preocupaciones, pues confiamos que calmará la tempestad y nos dará la paz.

Al igual que los discípulos, podemos experimentar, que con Jesús a bordo de la barca ésta no naufraga, sino que sortea los peligros y llega entera y sana a la orilla.

Uno de los vientos que golpean nuestra barca nacional, es la deuda histórica que tenemos con los pueblos originarios. Hemos sido testigos de promesas incumplidas y nos cuesta valorar y reconocer la diversidad propia de estas culturas. Por ello, el pasado 6 de Agosto, el Comité Permanente de la Conferencia Episcopal, frente a la violencia y tensiones que se viven en la Araucanía, proponía a los políticos y autoridades, declarar que somos un Estado Pluricultural, como ya lo han hecho varios países de nuestra América. Allí, bajo ese estatuto, se podría reconocer una valiosa diversidad que permita la convivencia armónica de todos, y la capacidad para lograr un desarrollo social justo.

 

Junto con el reconocimiento de los pueblos originarios, necesitamos enfrentar la situación de los migrantes. Lo hemos dicho en diversas oportunidades, nuestra región ha sido construida por migrantes. Muchos hemos venido de fuera a vivir y trabajar aquí. Con el pasar de los meses y años comenzamos a echar raíces y hoy nos sentimos magallánicos de adopción. Esta tierra ha sido acogedora con todos, y hoy a todos nos toca ser acogedores con ellos.

Los discípulos y misioneros del Evangelio, hemos contribuido significativamente en el desarrollo y el progreso de la Patria. Cientos y miles de creyentes la han enriquecido con sus dones, su coraje y solidaridad.

Sin embargo, vivimos hoy una profunda crisis a partir de los delitos de abuso sexual a menores cometidos por algunos de nuestros ministros. Estamos afrontando este problema con decisión y valentía, lo estamos realizando entre todos, de tal manera que nuestra Iglesia por fidelidad al Señor sea nuevamente un espacio de protección para los más vulnerables y postergados de nuestra sociedad.

Hoy, una vez más la Patria nos demanda nuestra responsabilidad cívica en el plebiscito del 25 de Octubre, allí acudiremos con responsabilidad y emitiendo nuestro voto con clara conciencia de estar colaborando en la obra del Reino de Dios.

A la Virgen del Carmen, Reina de Chile, le encomendamos nuestra Patria, pues desde los comienzos de nuestra historia nos ha dado su bendición. Hoy, queremos confiarle lo que somos y tenemos; nuestros hogares, escuelas y oficinas; nuestras fábricas, estadios y rutas; el campo, las pampas, las minas y el mar.

Que Ella nos enseñe a conquistar el verdadero progreso, que es construir una gran nación de hermanos donde cada uno tenga pan, respeto y alegría.

A Dios sea el Honor y la Gloria, y nosotros aclamamos: ¡Te Deum laudamus… te alabamos, Señor! Amén.